El Incendio
Cuentan los hombres sabios, ancianos de edades incalculables, que existen antiguas escrituras encerradas en las entrañas del continente.
Cuentan que los primeros mercenarios no sólo buscaban ciudades de plata y oro para saciar su ambición.
Dicen los hombres sabios, ancianos de memoria infinita, consejeros de los dioses, que existen antiguas escrituras, sagradas profecías que hacen temblar a los poderosos. Escrituras que no hablan de camellos y agujas, ni de paraísos pasados o futuros.
Dicen que muchos siglos antes hubo un hombre que murió para no hacerlo, que volvió por dignidad y empecinamiento, que en realidad ya había muerto muchas veces, pero se empecinaba en volver; que su sangre regó los campos, multiplicó los panes y fue memoria infinita. Que ya había luchado y muerto en Roma para liberar a los esclavos, que escapó de Egipto y que volvió por dignidad y empecinamiento una y otra vez.
Temen los poderosos. Sueñan arrancarle a la tierra las sagradas escrituras y en su lugar plantar el árbol del eterno olvido; para conseguir el dominio sin fin ni límites.
Temen los poderosos. No creen en profecías, ni en retornos tan empecinados; sin embargo le atan un caballo a cada miembro y lo despedazan para que no ose volver.
Cuentan los hombres sabios, ancianos de edades incalculables, que fue tanta la sangre derramada de las entrañas del continente que hubo de volver 20 millones de veces, que volver 20 millones de veces es como no irse jamás.
Dice la profecía que aquél que siembra olvido es olvidado eternamente y lleva cosidos a la espalda los fantasmas de su propia memoria.
Dicen los hombres sabios, ancianos de memoria infinita, que no hay inmortalidad más que en la memoria de los hombres; que tanto amor duele, que tanto empecinamiento en vivir duele, que tanto dolor duele; que volver no es volver a empezar.
Temen los poderosos. Sueñan con el árbol del eterno olvido, sueñan que por fin él desaparece y que para el desaparecido no hay retorno posible, por más empecinado que sea.; porque el olvidado no existe.
Cuentan, sin embargo, que a pesar de las trampas y los fusilamientos continúa cabalgando junto a los campesinos en Nicaragua y en México, proclamando la empecinada dignidad rebelde a los cuatro vientos; que lo han visto en Cuba y en Bolivia, barbudo e irreverente; que sigue en “ La Moneda ”, detrás de la cordillera, defendiendo la dignidad con porfía.
Dicen los hombres sabios, consejeros de los dioses, que lo que va a la tierra, a las entrañas del continente, no puede desaparecer; empecinadamente renace como las malas hierbas.
Dicen los hombres sabios, ancianos de memoria infinita, que no se puede soñar sin recuerdos.
Temen los poderosos porque volvió 30.000 veces, como un empecinado pañuelo blanco rodeando la plaza de la historia.
Temen los poderosos porque no saben si él lleva pañuelo blanco o pasamontañas; si es la mujer sola en el subte a las 10 PM o es el poeta; si es el obrero desempleado o el estudiante inconforme; si es el artista o Durito.
Temen los poderosos.
Porque el incendio de amor que viene de las entrañas del continente no se apaga.
Rodolfo Grinberg
AGENCIA DE COMUNICACIÓN RODOLFO WALSH